José Woldenberg
¿Democracia directa?
"Escuchen bien amigas y amigos, lo que les voy a decir, quiero una respuesta de ustedes, sincera, que lo pensemos, aunque sea un instante, les propongo que nos quedemos aquí, en asamblea permanente, hasta que resuelva el Tribunal. Les propongo que aquí nos quedemos, que permanezcamos aquí, día y noche, hasta que se cuenten los votos y tengamos un presidente electo con la legalidad mínima... Si decidimos quedarnos, nos organizaremos de la siguiente manera: Aquí, en el Zócalo, se quedarán los que provienen de los 31 estados del país, y a lo largo de Madero, Juárez y el Paseo de la Reforma... se establecerán los habitantes de las 16 delegaciones del Distrito Federal... Estamos hablando de 47 campamentos. En cada campamento habrá una coordinación integrada por senadores y diputados electos, jefes delegacionales electos, dirigentes de los partidos de la Coalición... Y habrá un representante de las redes ciudadanas en cada campamento. (Luego viene la explicación de en qué calles estarán los diferentes campamentos)... Voy a poner a consideración de ustedes esta propuesta. Les pregunto, ¿nos quedamos? ¿Sí o no? Voy a volver a preguntar de otra forma. Los que estén por que nos quedemos, que levanten la mano. Los que no estén de acuerdo que levanten la mano. ¿Abstenciones? Nos quedamos" ( La Jornada , 31 de julio de 2006).
Así fue como Andrés Manuel López Obrador le planteó a la multitud y ésta "resolvió" llevar a cabo "los campamentos" que han desquiciado la Ciudad de México en los últimos días. Una medida que al obstruir la circulación en varias de las principales calles y avenidas del Distrito Federal ha tenido efectos multiplicadores en el ya de por sí complejo problema del tráfico vehicular. Pero más allá de la sinrazón de la medida, vale la pena detenerse en el procedimiento de aprobación de la misma, porque expresa (creo) una concepción de las relaciones entre el líder y sus seguidores que ofrece claves para entender la idea de la política del principal dirigente de la izquierda mexicana.
AMLO hizo la propuesta a título individual ("les propongo"), y en ningún momento mencionó al comité ejecutivo del PRD o a la coordinadora de la Coalición o a la de las redes ciudadanas o a un grupo de asesores. Se trata de la iniciativa que presenta el líder a un conjunto mayúsculo e indiferenciado. Por supuesto, en un acto no sólo masivo sino multitudinario no hay espacio para la deliberación, para sopesar las bondades o problemas que las "propuestas" puedan acarrear; pero el líder asume (ya sea de manera retórica o que verdaderamente lo crea) que la responsabilidad es compartida (él propone, los otros respaldan), mientras que la multitud cree (imagino) que la responsabilidad es del líder. Y finalmente la votación simbólica de cientos de miles no puede ser contada, ni nadie, por supuesto, pretende hacerlo. Se trata más de un ritual de adhesión que de una auténtica decisión.
Algunos llaman a eso democracia directa. No obstante, esa fórmula de relación entre el líder y la masa -sin intermediarios- carece de dos de los elementos fundamentales de las prácticas democráticas: a) la posibilidad de debate entre dos o más iniciativas y b) por ello la existencia de pesos y contrapesos que hacen del "demos" un sujeto y no un objeto, un conjunto con visiones distintas y no un monolito indiferenciado. Lo que vimos es una fórmula de relación plebiscitaria que no necesita de circuitos de deliberación, porque supone que el líder encarna las esperanzas y necesidades de sus "representados" y éstos depositan en él su confianza. Se trata de un representante directo que habla a nombre de un conjunto inmenso de personas que ponen en él no sólo sus anhelos y proyectos, sino también su responsabilidad. Por ello, si el líder se equivoca los seguidores también lo hacen. Ésta es, entonces, la primera derivación de los liderazgos unipersonales y carismáticos: las altas posibilidades de error, ya que suele suceder que incluso las ocurrencias se convierten en directrices políticas.
La desaparición en el discurso de los partidos que fueron la plataforma de lanzamiento de su candidatura tampoco parece ser casual, al igual que la atrofia de los circuitos de deliberación en los propios partidos. Es el resultado de la construcción de un sujeto compacto y sin fisuras, el pueblo, con el cual el líder quiere y puede relacionarse (en los actos masivos) sin mediaciones que le estorben. El líder popular (y qué duda cabe que lo es) se siente a sus anchas con ese océano multitudinario en donde las diferencias, los matices, las contradicciones se borran, para dar paso a una adhesión fervorosa que él sabe cultivar.
De igual manera, los otros partidos y las instituciones estatales aparecen como una especie de laberinto insondable en donde las energías y los anhelos populares tienden a diluirse. De ahí la forma maniquea y despreciativa en que son tratados. Si el pueblo es uno -y no una pluralidad de intereses, visiones, necesidades- y ya encontró a su líder, entonces todo aquello que no se forme en el "bando popular" no es sino expresión de intereses aviesos.
Es en ese desprecio a los complejos equilibrios que después de todo se han construido en el mundo estatal en los últimos años donde se encuentra la pulsión más nociva de esa forma de entender la acción política. Porque resulta altamente disruptiva en la perspectiva de asentar y eventualmente consolidar las rutinas y prácticas democráticas que suponen precisamente que las leyes y las instituciones son los conductos a través de los cuales deben convivir y competir las diferentes opciones políticas. Fuerzas distintas y encontradas que merecen y tienen que coexistir.
"Escuchen bien amigas y amigos, lo que les voy a decir, quiero una respuesta de ustedes, sincera, que lo pensemos, aunque sea un instante, les propongo que nos quedemos aquí, en asamblea permanente, hasta que resuelva el Tribunal. Les propongo que aquí nos quedemos, que permanezcamos aquí, día y noche, hasta que se cuenten los votos y tengamos un presidente electo con la legalidad mínima... Si decidimos quedarnos, nos organizaremos de la siguiente manera: Aquí, en el Zócalo, se quedarán los que provienen de los 31 estados del país, y a lo largo de Madero, Juárez y el Paseo de la Reforma... se establecerán los habitantes de las 16 delegaciones del Distrito Federal... Estamos hablando de 47 campamentos. En cada campamento habrá una coordinación integrada por senadores y diputados electos, jefes delegacionales electos, dirigentes de los partidos de la Coalición... Y habrá un representante de las redes ciudadanas en cada campamento. (Luego viene la explicación de en qué calles estarán los diferentes campamentos)... Voy a poner a consideración de ustedes esta propuesta. Les pregunto, ¿nos quedamos? ¿Sí o no? Voy a volver a preguntar de otra forma. Los que estén por que nos quedemos, que levanten la mano. Los que no estén de acuerdo que levanten la mano. ¿Abstenciones? Nos quedamos" ( La Jornada , 31 de julio de 2006).
Así fue como Andrés Manuel López Obrador le planteó a la multitud y ésta "resolvió" llevar a cabo "los campamentos" que han desquiciado la Ciudad de México en los últimos días. Una medida que al obstruir la circulación en varias de las principales calles y avenidas del Distrito Federal ha tenido efectos multiplicadores en el ya de por sí complejo problema del tráfico vehicular. Pero más allá de la sinrazón de la medida, vale la pena detenerse en el procedimiento de aprobación de la misma, porque expresa (creo) una concepción de las relaciones entre el líder y sus seguidores que ofrece claves para entender la idea de la política del principal dirigente de la izquierda mexicana.
AMLO hizo la propuesta a título individual ("les propongo"), y en ningún momento mencionó al comité ejecutivo del PRD o a la coordinadora de la Coalición o a la de las redes ciudadanas o a un grupo de asesores. Se trata de la iniciativa que presenta el líder a un conjunto mayúsculo e indiferenciado. Por supuesto, en un acto no sólo masivo sino multitudinario no hay espacio para la deliberación, para sopesar las bondades o problemas que las "propuestas" puedan acarrear; pero el líder asume (ya sea de manera retórica o que verdaderamente lo crea) que la responsabilidad es compartida (él propone, los otros respaldan), mientras que la multitud cree (imagino) que la responsabilidad es del líder. Y finalmente la votación simbólica de cientos de miles no puede ser contada, ni nadie, por supuesto, pretende hacerlo. Se trata más de un ritual de adhesión que de una auténtica decisión.
Algunos llaman a eso democracia directa. No obstante, esa fórmula de relación entre el líder y la masa -sin intermediarios- carece de dos de los elementos fundamentales de las prácticas democráticas: a) la posibilidad de debate entre dos o más iniciativas y b) por ello la existencia de pesos y contrapesos que hacen del "demos" un sujeto y no un objeto, un conjunto con visiones distintas y no un monolito indiferenciado. Lo que vimos es una fórmula de relación plebiscitaria que no necesita de circuitos de deliberación, porque supone que el líder encarna las esperanzas y necesidades de sus "representados" y éstos depositan en él su confianza. Se trata de un representante directo que habla a nombre de un conjunto inmenso de personas que ponen en él no sólo sus anhelos y proyectos, sino también su responsabilidad. Por ello, si el líder se equivoca los seguidores también lo hacen. Ésta es, entonces, la primera derivación de los liderazgos unipersonales y carismáticos: las altas posibilidades de error, ya que suele suceder que incluso las ocurrencias se convierten en directrices políticas.
La desaparición en el discurso de los partidos que fueron la plataforma de lanzamiento de su candidatura tampoco parece ser casual, al igual que la atrofia de los circuitos de deliberación en los propios partidos. Es el resultado de la construcción de un sujeto compacto y sin fisuras, el pueblo, con el cual el líder quiere y puede relacionarse (en los actos masivos) sin mediaciones que le estorben. El líder popular (y qué duda cabe que lo es) se siente a sus anchas con ese océano multitudinario en donde las diferencias, los matices, las contradicciones se borran, para dar paso a una adhesión fervorosa que él sabe cultivar.
De igual manera, los otros partidos y las instituciones estatales aparecen como una especie de laberinto insondable en donde las energías y los anhelos populares tienden a diluirse. De ahí la forma maniquea y despreciativa en que son tratados. Si el pueblo es uno -y no una pluralidad de intereses, visiones, necesidades- y ya encontró a su líder, entonces todo aquello que no se forme en el "bando popular" no es sino expresión de intereses aviesos.
Es en ese desprecio a los complejos equilibrios que después de todo se han construido en el mundo estatal en los últimos años donde se encuentra la pulsión más nociva de esa forma de entender la acción política. Porque resulta altamente disruptiva en la perspectiva de asentar y eventualmente consolidar las rutinas y prácticas democráticas que suponen precisamente que las leyes y las instituciones son los conductos a través de los cuales deben convivir y competir las diferentes opciones políticas. Fuerzas distintas y encontradas que merecen y tienen que coexistir.
Etiquetas: Planton
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